POLINESIA FRANCESA

ISLAS SOCIEDAD

 

 

Las Islas de la Sociedad son una combinación entre las Marquesas y las Tuamotus. Los picos puntiagudos con una altura protuberante y la intensa vegetación con una gama de verdes intensos recuerdan mucho a las Marquesas; las islas circunvaladas por arrecifes con pasos estrechos a su interior y sus aguas coralinas azules y transparentes son un reflejo de las Tuamotu. La conjunción de todos estos elementos hacen que el Archipiel de la Société se haya convertido en uno de los lugares del mundo más ansiados por visitar. Uno de los destinos turísticos más caros de las agencias de viajes.... 


Por su lejanía, un billete de avión a Europa no suele costar menos de 2.500€, añadido a los precios de los abundantes resorts de lujo inmersos en el agua donde la noche puede llegar a costar hasta 2000$, no es un viaje para todos los bolsillos. 


La belleza aquí está asegurada pero no debemos buscar la superautenticidad de una cultura porque esto ya viene siendo explotado hace muchos años y todo está demasiado encarado al turismo. Aún así,  la gente no ha perdido su amabilidad y gentileza  son de lo más amable. 

 

 

 

 

Moorea

 

16 de julio de 2012

 
La llaman la isla hermana de Tahiti por su cercanía.  Varios ferries al día cruzan en tan solo media hora. 

 
Dos espectaculares bahías en el norte se convierten en los mejores lugares para fondear. Optamos por Oponuhu Bay. Un protegido anclaje a la izquierda solo pasar la entrada será nuestro abrigo durante los ocho días que permanecemos en Moorea.

 

Pensábamos parar primero en Tahiti pero en los próximos días viene una tormenta tropical que anuncia 40 nudos y nos parece que aquí vamos a estar más protegidos, además de que están los queridos amigos del Bamboleiro a quienes tenemos muchas ganas de ver. 

 

 

En el fondo de la Bahía de Oponohu, al igual que en Cook's Bay – la otra gran bahía de la isla- hay mucho fondo. Por eso anclamos en el lado izquierdo, justo a la entrada, porque hay solo tres metros de profundidad con un fondo de arena. Largamos 55 metros de cadena para afrontar los vientos que van a llegar. Al final no han sido tan fuertes como anunciaban y lo máximo que hemos tenido son rachas de 35 nudos. Aún así han sido bastante constantes durante cuatro o cinco días y han impedido que pudiéramos alejarnos demasiado del barco. Siempre es más seguro permanecer en él cuando los vientos son tan intensos. Como anécdota, un velerito que estaba cogido a un muerto rompió la cadena y fue a parar a los arrecifes. El Bamboleiro,  Expiration at sea, Gioel y nosotros lo rescatamos. Como el arrecife cae en picado no subió encima de él sino que solo se apoyó, con los dinguies lo separamos y llamamos a Secours en mer, vinieron los bomberos y lo arrastraron hasta una boya que había cercana. 

 
A pesar de que nos tocan días un tanto nublados, a veces, y ventosos, otras, el escenario no pierde fuerza. Es uno de los fondeaderos más impresionantes que hemos descubierto junto al de Fatu Hiva y Ua Pou –en las Marquesas. A las increíbles formaciones volcánicas de las montañas se les suman una transparencia extrema de sus aguas donde es fácil ver rayas y tortugas y con tan solo tres metros de profundidad el fondo parece un espejo. 

 
Lo único que irrumpe la tranquilidad absoluta en el anclaje son las motos de agua que de vez en cuando pasan con turistas que no tienen reparo en pagar 250$ por un par de horas para dar una vueltita por las dos bahías. Lo peor es que hacen que el nadar no sea seguro y solo podamos hacerlo alrededor del barco sin salir apenas del perímetro. 


Los dinghys, siempre arriba por la noche. No hay que bajar nunca la guardia, por más que estemos en La France. El otro día robaron tres inflables con los motores, tomaron los fuerabordas y dejaron las lanchitas en la orilla. 


Una playa preciosa de palmeras con un área de picnic intensifican la belleza del lugar. Siempre hay locales o algunos turistas ya que lo ofrece todo: agua poco profunda, sombra, mesas para comer, un grifo de agua dulce...  que aprovecharemos para poner al día nuestro armario de ropa limpia y lavaremos varias cosas que teníamos acumuladas. 


Casualmente coincidimos con Alberto y Sabrina, los amigos italianos del Gioel, que no veíamos desde hace más de un año en Panamá. Ellos cruzaron un año antes el Pacífico y han pasado dos temporadas, empezando por Gambier, como hacen muchos franceses. El reecuentro exige cena aquí y cena allá, así que organizaremos varias comilonas -también con el Bamboleiro- donde cada uno hace siempre la mejor de sus recetas. Intercambiamos relatos de vivencias, jugamos al Mexican Train, al Scrabble en español, italiano e inglés y así pasamos unos días entrañables entre amigos. 


Para recorrer la isla se puede alquilar un coche o una scotter, pero una de las formas más interesantes es hacer caminatas entre su abundante vegetación.  Los días donde el viento nos ha dado una tregua aprovechamos para estirar las piernas y conocer un poco Moorea


Para llegar a la Bahía de Cook es una buena caminata pero muy agradable. Con unas dos horas de ida -y otras más de vuelta- llegas al pueblo de Paopao donde hay varios supermercaditos con buena variedad, tiendas de souvenirs y algunos restaurantes. Las vistas son hermosas alrededor de la bahía. 


Papetoai es el otro pueblito a la derecha de Oponuhu Bay donde llegamos con el dinghy, mucho más tranquilo y con apenas dos o tres tiendecitas de alimentación.


La caminata a Balvedere es imperdible. En la cima hay una extraordinaria vista de las dos bahía de Moorea. Las principales plantaciones de la isla son de coco, vainilla, café,  piña y plantas decorativas. Así que hay que aprovechar para comprar piñas a buen precio, muchos locales ponen una mesita enfrente de sus casas y las venden económicas, unos 3$ cuatro piñas. No nos perdemos la interesante parada para comer un rico helado artesanal en mitad del camino y reponer energía. 


Los agentes de aduana suben abordo. Ya estábamos advertidos porque el día anterior lo habían hecho en veleros vecinos y habían revisado todo. Por eso, cuando nos preguntan el alcohol que llevamos a bordo, no dudamos en decir la verdad, no sea que luego nos lo descubran y sea peor. Declaramos las botellas de alcohol que traemos. Y seguidamente nos anuncian que solo está permitido dos botellas de vino por persona y dos de bebidas alcohólicas fuertes. El resto nos lo tienen que precintar y no lo podemos abrir hasta que abandonemos la Polinesia Francesa. Más de dos horas pasan abordo, contando todas las botellas, apuntando el grado de alcohol, origen, poniéndolas en bolsas y colocando el precinto. Bueno, creo que sobreviviremos, aunque tendremos que cuidarlo ya que las reuniones con otros barcos son constantes y siempre hay una botella de vino o unos tragos por medio. De la cerveza no hicieron mención y las botellas abiertas no cuentan. La próxima, será cuestión de llevarlas todas empezadas. 


Muy cerca de nuestro fondeadero están las cabañas del Hilton, donde pagan fortunas por pasar una noche con unas vistas que no son más buenas que las nuestras. Eso sí, ellos han llegado en unas horas vía aérea y nosotros hemos tardado días y días, recorrido millas y millas para poder llegar aquí con nuestro velerito. 

 

 

 

 

 

 

Tahiti

30 de julio de 2012


Ia ora na!

(Hola en tahitiano)

 

Llegamos a la legendaria Tahiti, conocida como la isla del amor. Gauguin transformó los primitivos colores en sus llamativos cuadros que viajaron alrededor de todo el mundo. Marlon Brando llegó en 1961 en uno de los primeros jets y muchos otros como Herman Melville y Stevenson han convertido a Tahiti en un conocido punto del planeta.

 

Hay dos passes en el lado oeste. El más al norte, To’ata, es el que más cerca queda de la capital, Papeete. Su cercanía al aeropuerto exige que tan solo traspasar la entrada haya que llamar por la VHF en el canal 12 para pedir autorización para continuar hacia el interior del canal por seguridad con el tráfico aéreo. El otro passe, Ta’apuna, un poco más al sur, es el que queda más cerca de la marina y fondeadero principal. Se puede acceder de un passe al otro por el canal interior de la isla.

Todas las Islas de la Sociedad están rodeadas de arrecifes y tienen pasos para adentrarse en el interior; las mareas apenas afectan y pueden cruzarse a cualquier hora del día. Todos –menos el de Maupiti- son tranquilos y no presentan dificultad, además de estar bien balizados.

 

Marina Taina se encuentra en la localidad de Punaauia. Con una capacidad para unos 500 barcos, alberga megayates de superlujo en los primeros pantalanes y uno de los paseos usuales es acercarse a contemplar tanto derroche de dinero junto en un juguetito para sus dueños. En la marina hay lugar para los barcos en tránsito pero lista de espera para los que quieren quedarse permanentemente. Cuesta unos 45$ por día para un barco de nuestra eslora. Enfrente hay cientos de boyas nuevas que dibujan varias líneas a lo largo del canal y una zona para fondear enfrente, separada por un canal de tránsito. Hay 18 metros de fondo así que no vale la pena tirar el hierro ya que en este momento hay muchísimas boyas aún gratuitas porque son muy nuevas y todavía no han sido registradas. Taina está bien protegido de los vientos fuertes del sur, llamados mara’amus. .

 

Se puede coger agua potable de la marina sin problemas y dentro de las instalaciones hay tres grandes restaurantes y dos pequeñas tiendas náuticas.

En todas las Islas de Sociedad funcionan las redes de pago de wifi aunque si no tienes una superantena aquí no se coge bien desde el barco y hay que acercarse a tierra o bien tomar algo en el Coconut Pink que ofrece internet con la consumición. El mejor lugar para la happy hour es la Casa Bianca – donde la cerveza cuesta 5$ pero te dan 2x1 entre las 5 y las 6 de la tarde con un plato de olivas.

 

A tan solo ocho o diez minutos a pie de la marina hay un Carrefour, que nos parece más gigante de lo habitual, por habernos desacostumbrado a estos hiper marches. Se puede ir con el carro hasta la marina y dejarlo ahí mismo. Al principio los precios en el Carrefour nos parecen buenos pero después de días y días aquí te das cuenta que todo es realmente caro, quitando los alimentos subvencionados –los mismos que Marquesas y resto de archipiélagos. La carne no está mal y es muy buena, se pueden encontrar buenos entrecots por 14$ el kilo, el pollo solo puede ser congelado porque, fresco, sale  30$ la bandeja, una barbaridad... Hay productos que son incomprables y hay que aprovechar ofertas y algunas cosas de la marca Carrefour. La fruta: manzanas, naranjas y mandarinas, aún son asequibles, a 3’5$/Kg; pero fresas, kiwis, nectarinas...superan los 12$/ Kg.

Más cerca aún de la marina hay un supermercadito más pequeño pero con mucha variedad abierta 24 horas al día, 7j (al principio no sabíamos qué quería esto decir, lo habíamos visto en varios lugares, caímos que significa set jours, los siete días de la semana).

 

Para todo lo demás hay que ir a Papeete. Un autobús pasa cada media hora hasta las 5 de la tarde y los domingos no hay. 2’5$ el billete, así que si vas cada día son 10$ para los dos pour jour. Mejor autostop, más barato y divertido. Si haces autostop casi nadie te para pero si te acercas muy amablemente y preguntas si van hacia tu misma dirección todo el mundo te lleva encantado, mujeres solas y mayores... todo el mundo. Son tan gentils que no te dejan donde les va bien sino que la mayoría te preguntan dónde vas y te llevan hasta la misma puerta. Al contrario de lo que podíamos esperar para la city, aquí la gente desborda amabilidad. Parloteamos en francés todo el viaje en coche y vamos sabiendo más cosas del lugar.

 

Papeete es la gran ciudad de la Polinesia con casinos, grandes hoteles, restaurantes... decimos “la gran” comparándola con las otras pequeñas poblaciones del resto de la polinesia pero tan solo tiene 150.000 habitantes. La mayoría de la gente vive en las afueras y va a Papeete para trabajar. No hay grandes edificios ni muchas viviendas en el centro. Casi todo está agrupado siguiendo la línea de la costa, en el Boulevard Pomare.

Vale la pena visitar el gran mercado municipal con venta de carnes, pescado, fruta y verdura, artesanía en el interior y exterior y venta de comida para llevar. El monumental edificio de la Mairie (el ayuntamiento), el centro de artesanías y deambular por las calles peatonales son otros de los principales atractivos. A la noche no hay que perderse una cenita de comida china o a la parrilla en las roulottes en la Plaza Vaiatae. Múltiples de estos vehículos itinerantes se concentran en la plaza y es de lo más típico hacer una paradita. Aprovechamos el día que teníamos el coche de alquiler con Marcela y Eugenio para no tener problemas para volver. Un taxi a la marina puede costar 20$ de día y unos 35$ a la noche.

En el centro de la ciudad se encuentra Tahiti Yacht Club, una pequeña marina, y el único varadero.

 

El barrio de Faru Uta, al que se puede llegar fácilmente a pie desde el centro de Papeete, es el polígono industrial y donde se encuentran la mayoría de tiendas de náutica: Nautisport, Sin Tung Hing y alguna más. Parece que tengan bastante cosa pero cuando buscas algo en particular no lo encuentras y además los precios son caros. Lo deben pedir a USA o New Zealand y las esperas empiezan a perpetuarse, te dicen un día pero nunca llega. Hay barcos que deben estar semanas en Tahiti esperando repuestos.  Con una compra de más de 300€ o $, no recuerdo, puedes pedir duty free (16% off), presentando los papeles del barco y de la aduana. Nuestras tareas imprescindibles para hacer aquí eran: la soldadura de la pieza de unión del mástil con la contrarrígida –se había partido- y conseguimos fácilmente un soldador que nos cobró 350 FP (unos 35$) y la reparación de la vela mayor, que la dejamos para Raiataea porque el único velerista de Papeete dicen que no es demasiado bueno,  supercaro, y demora mucho.

 

Muy cerca de Faru Uta, solo cruzar un puente, está la aduana, donde hay que ir para pedir el papel de descuento para el diesel, de un precio actual de 168FP el litro (unos 1.68$)  lo pasamos a pagar a 1.05$/l. Hay otro tipo de descuento, el duty free para barcos en tránsito pero solo puede obtenerse dos días antes de abandonar la Polinesia Francesa. Con el duty free se puede comprar alcohol a un precio buenísimo, incluso más barato que en Panamá, con una limitación de media botella por persona /día multiplicado por los días que vas a tardar en llegar a tu próximo destino.

También hay que pasar por Capitanía de Puerto para hacer el check in cuando se llega a Papeete; el check out se puede hacer por correo.

 

La comida típica de mediodía – lo que comen la mayoría de trabajadores es un gran sándwich de pollo o carne con lechuga tomate y patatas fritas (todo dentro del bocata) por 3’50 o 4$. Comer en un restaurant es muy caro así que nos amoldamos a la comida de los lugareños. Los bocatas son tan grandes que con uno para los dos tenemos bastante. 

 

Para ver danzas polinesias tradicionales lo mejor es llegar a mediados de julio, para la Bastilla, donde tiene lugar el Festival de la Heiva. Si no, siempre se puede ver alguna danza en la calle con la que topas por casualidad o acudir a un espectáculo nocturno en algún resort. Nosotros fuimos al Hotel Intercontinental donde se puede tomar algo (5$ la cerveza, 13$ un cocktail) pagando además 5$ por persona por derecho de mesa. Los amigos franco-suizos del Ivresse tienen un coche prestado y fuimos con ellos a presenciar las danzas a ritmo de los tambores; un poco turístico todo el montaje para nuestro gusto, preferimos algo más auténtico, pero bonito también de ver.

 

Además de la “gran ciudad” en las dos islas que forman Tahiti, Tahiti Nui y Tahiti Iti, unidas por un istmo, hay grandes montañas, valles y muchos caminos para recorrer a pie en mitad de la naturaleza. Vale la pena alquilar un coche y recorrerla en un día –mejor aún en dos o tres- pero el alquiler no es barato y sale por 100$ al día, así que compartimos con el barco italiano Eolia que conocemos desde Curaçao.

 

En Tahiti Nui (nui = “grande”) está el Musée de Tahiti et ses Iles –al que ya fuimos otro día haciendo dedo- donde explica la formación de las islas y atolones y contiene una colección etnográfica de objectos. Un apartado de  vestuarios típicos de las danzas tradicionales es de lo más interesante.

El Marae Arahurahu es el más grande e importante de toda la isla. Los maraes son centros de culto religioso donde se hacían ceremonias. Actualmente se utiliza como escenario de espectáculos y danzas tradicionales.

En el Museo de Gaughin hay reproducciones de sus obras y explica la vida del artista impresionista. Justo en frente, queda el Jardín Botánico, que es inmenso,  y solo damos una breve vuelta observando la gran variedad de árboles tropicales, flores, así como dos tortugas gigantes de Galápagos.

Les Grottes de Maraa  y los jardines de agua de Vaipahi son  dos  rincones preciosos  con una vegetación muy llamativa.

El distrito de Mataiea fue elegido por Gauguin para pasar diez años de su vida.

 

La carretera rodea toda la isla por la costa y en todo el interior hay grandes montañas que superan los 2.000 metros con pequeños caminos solo accesibles con 4x4. La costa varía bastante en el norte, menos llamativa en general. Casi todas las playas de la isla son de arena negra. 

A las Tres cascadas se puede llegar haciendo varios trekkings por caminos con una hermosa vegetación, aunque solo vimos una dado que solo para hacer las caminatas se necesita buena parte del día.  El Pointe Venus se hizo famoso porque James Cook y un grupo de astrónomos tomaron este lugar como ideal para poder medir la distancia de la Tierra al sol observando el tránsito de Venus enfrente del sol.

 

El paisaje cambia bastante al cruzar el istmo y pasar a Tahiti Iti (iti = “pequeña”), más verde y agreste, todavía. Ahí se encuentra el Port Phaeton, que es una bahía reconocida como un hurrican hole, un lugar muy protegido para veleros en caso de un huracán. La bahía está totalmente cerrada y también hay una pequeñita marina y un varadero que saca los barcos con un remolque. Hay todo tipo de servicios: velería, tratamiento de fibra... la única pega es que queda un poco aislado.

No hay una ruta que de toda la vuelta a la isla sino que hay que hacer un tramo en el sur y luego retroceder para tomar la carretera del norte y hacer lo mismo para regresar. Cuando termina el camino en el sur está Teahupoo, uno de los puntos más conocidos en el mundo entero, paraíso de surfistas. Las olas que se crean son impresionantes, grandes y perfectas, y son solo para expertos con la tabla.

En Tautira vivió el famoso escritor Stevenson, autor de obras tan famosas como Doctor Jekyll y Mister Hyde o La Isla del tesoro.

 

Tahiti junto a Moorea, Tetiaroa y las diminutas Mehetia y Maiao forman las Islas de Barlovento,  que quedan separadas administrativamente por les Islas de Sotavento:  Huahine, Raiatea, Tahaa, Bora Bora y Maupiti.

 

Mehetia y Maiao  son islas deshabitadas a unas 50 millas de Tahiti. La más conocida es Tetiaroa y se ofrecen tours para ir a pasar dos días a la isla. Esta se hizo famosa porque Marlon Brando la compró cuando vino a rodar la película Mutiny on the Bounty. Leímos en la guía que no se podía llegar con el arco y por eso no paramos cuando veníamos de Tuamotu. Nos dijo un barco español, el Aventura Oceánica, el único que hemos encontrado en un largo tiempo,  que si bien es un atolón y no tiene acceso a su interior con el velero, hay boyas afuera para los barcos turísticos pero te permiten agarrarte a la boya. Cuando esta está ocupada se atan unos barcos a otros quedando a veces cuatro o cinco barcos en fila todos unidos a una sola boya. Dicen que es la isla más bonita de la Sociedad junto con Maipiti.

 

Tahiti es de esos lugares que todos te advierten que vienes para unos días y te quedas más. Hay mucho que hacer y te vas encontrando con cantidad de barcos conocidos con los que ibas viniendo a un ritmo similar o que hace tiempo que habías perdido de vista. Es difícil caminar por la marina o llegar al dinghy dock y no toparte con algún amiguete: el Ivresse, Lisa Kay, Ulysses, La Paz, Eolia, Fruit du Mar, Mariposa, Lightspeed... así como nuevos conocidos, como Michel, un francés de origen español que llegó hace cinco años en su velero y aquí se ha quedado, que se desborda en atenciones con nosotros y Milagros, una española afincada en Tahiti hace diez años, con su marido Bernard.

 

 

 

 

 

 

Huahine

7 de julio de 2012

 

Dejamos atrás Tahiti, la más grande de las islas, tras quince días de ir alargando nuestra partida principalmente por dos motivos. El primero, fue encontrar un velerista para reparar la mayor; tras decidir que lo dejábamos para Raiatea, se me pasó por la cabeza la posibilidad de quedarnos un año y trabajar. Hablamos con Michel del Maestro que nos presentó a Milagros –que trabaja como profesora de español- y ella nos encaminó por dónde buscar. Traduje el currículum al francés y Michel y Veronique me lo corrigieron, luego resulta que también te piden una lettre de motivation que escribí en español y Bernard la pasó al francés. Todo esto llevó su tiempo. Después recorrimos Papeete a pie para encontrar los tres centros de enseñanza de español para adultos donde dejé el currículum. El terreno está limitado, estamos a dos semanas de iniciar el curso y obviamente ya tienen el personal y en caso de que no lo tuvieran nos contaron que prefieren contratar a un profesor local –por mal español que hable- que a un extranjero –por más currículum tenga. Así funcionan las cosas. La posibilidad de trabajar en centros de Primaria y Secundaria la descartamos porque mi francés en nada se parece a la pulida lengua de Moliere y aunque entienda cada vez más y me vaya haciendo entender, lejos está aún de poder participar en una reunión con veinte colegas donde todos conversan al mismo tiempo o de una entrevista con unos padres agitados preocupados por la educación de su hijo. Sabemos que si nos quedáramos algo terminaría saliendo pero teniendo en cuenta que esta es zona de huracanes-aunque sea muy extraño su paso- nos tira para atrás sin tener una buena oferta laboral.

 

Decidimos dejar Moorea por el sur para evitar tener el viento totalmente de cara y al mismo tiempo poder ver la fisonomía de este lado de la isla que no conocemos y que tan bonita figura tiene. Un chubasco nos llega, tras el aviso de una nubes amenazadoras por proa, que nos cambia totalmente la dirección del viento, nos deja sin visibilidad alguna, hace que el piloto salte y quedemos durante unos segundos perdidos sin rumbo. Pasa rápido y volvemos a nuestro rumbo navegando noventa millas solo con el génova a un descuartelar. Sacamos la mayor para sustituirla cuando nos dimos cuenta que cometimos un grave error en Mataró. Confundimos el saco de una génova por el de la  vela principal; resultado: llevamos tres velas de proa y solo una mayor. Ya no hay nada que hacer.

 

Uno de los mejores regalos que nos pudo ofrecer la noche es una luna llena que  nos permitió navegar casi como si fuera de día. Maravilloso... 

 

Entramos por el Passe Avamoa, en el lado oeste. Los surfers y kite surfers se congregan en este punto siempre buscando las olas. Hay algunos barcos fondeados justo enfrente del pueblo pero seguimos unos metros más allá en un área donde hay menos profundidad y el color del agua es más sugerente. Hay muchas patatas de coral; con cuatro metros bajo la quilla, Jose se tira a inspeccionar el fondo y se percata que no es arena -como parecía por el tono- sino una placa de coral que no deja clavar el ancla. Como la previsión no da mucho viento para el día de hoy, vamos a pernoctar aquí y mañana cambiaremos.

 

Fare es el pueblo principal. Sus dimensiones son escasas, unas 700 personas viven en él pero provee a toda la isla;  tiene todo lo que puede uno necesitar: un banco con cajero automático, un gran supermercado con mucha variedad y buenas ofertas, algún restaurantito, tiendita de souvenir y alquiler de kayacs, bicis, motos y coches. Frente al super marché hay una caseta de venta de productos frescos de la agricultura de la isla y más económicos que lo habitual. Compramos papayas y unos pimientos verdes pequeños que nos encanta comer fritos para acompañar una tortilla de patatas o una carne.

 

Navegamos por el canal interior de la isla separado del gran mar por un ancho arrecife. Está muy bien señalizado con marcas a ambos lados. Nos detenemos en Port Bourayne. Sabemos que en su interior hay demasiada profundidad para nosotros, 25 metros, y encontramos un fondeadero a 21 pies justo después de la segunda entrada al Port. Hay dos o tres veleros más y a lo largo del día se llenará de barcos de charter que abundan por esta zona que hacen paradas de unas pocas horas en cada lugar y enseguida mudan. No tienen la misma suerte que nosotros de ser enteramente dueños de nuestro tiempo.

 

La playa que tenemos delante es bellísima. La variedad que hay en Polinesia de árboles y plantas no la hemos visto en otras partes. El Caribe era llamativo pero más monótono. Aquí hay una gran diversidad de especies y colores, así como un brillo intenso. La amalgama de azules del agua conjuga perfectamente con las tonalidades de verdes, rojos, amarillos de la vegetación. Parece un jardín botánico. La única objeción es el fondo. No nos convence y hay enormes rocas, una bajo las cuales la cadena se ha quedado muy próxima. Deberemos levantar el ancla con mucho cuidado. Tras pasar la noche con estruendosos ruidos del crujir de la cadena, nos quedamos totalmente solos en el hermoso paraje. Más tarde algún barco más llega. Cuando vamos a levar el ancla lo hacemos con minucioso cuidado pero aún así no salimos airosos. Jose debe ponerse la botella e intentar librar librar la cadena. Se pone de manifiesto otra vez que hay que llevar abordo una botella de buceo y es imprescindible que al menos uno de los tripulantes sepa bucear. Tras un rato emerge en la superficie y con un gesto me indica negativo. Está la cosa muy mal. Parece increíble pero parece como si una gran roca se hubiera caído encima de la cadena. Ya tenemos la emoción de la semana. Mi primera reacción es pedir una mano por la radio al catamarán neozelandés Moonwalker que conocemos de oído pero no personalmente. Viene con su hijita pequeña de un par de añitos con el dinghy.  Mi capitán cree que la mejor solución es poner una segunda ancla con un cabo, soltar el ancla principal de la cadena, atarla con una defensa para luego recuperarla y tirar de la cadena para sacarla. Jose vuelve a sumergirse mientras Russell con el dinghy recupera el ancla cuando Jose la ha soltado. Mientras tanto yo permanezco en la cubierta por si hiciera falta mantener el barco con el motor, además de vigilar a Brisa que se mueve de un lado a otro: -si ha nacido en el barco- dice el padre- sabe moverse… Una vez la cadena queda libre por un extremo puede deslizarse en la arena y consigue salir. ¡Maniobra exitosa! Recuperamos segunda ancla, subimos cadena, volvemos a unirla con el ancla y agradecemos infinitamente a Moonwalker su colaboración, además de querer obsequiarlo con una botellita de vino, que se niega a aceptar pero que insistimos en ofrendar. Al día siguiente, ya en otro fondeadero, conocemos también a su mujer brasilera, Karin. El inconveniente del fondeo ha servido para conocer a una pareja super maja.

 

Nuestra parada en Port Bourayne la aprovechamos para saludar a Céline y su familia, unos franceses que conocimos en Bocas del Toro que acaban de comprar una casita en la bahía y nos había invitado a visitar. Es difícil describir lo bonito que es el lugar y todo el conjunto en el que viven. Con una hectárea y media de terreno, la casa yace enfrente del mar con un estilo sencillo pero elegante con tres cabañitas anexas que podríann llegar a alquilar en un futuro. El barco lo han puesto a una boya y pretenden vivir aquí al menos unos años recorriendo el Pacífico con el velero y usando la casa de puente mientras el marido trabaja tres meses sí, tres no, como capitán de un megayate. Céline nos presenta a Michel, ¿todos los franceses se llaman así o qué? Ya hemos conocido unos cinco en un par de meses que tienen este nombre. Bueno, pues Michel vive en Tahiti en su trimarán amarillo hace tres años y arregla velas y justamente está por aquí. Nos repara la vela y nos sacamos un problema de encima.

 

Proseguimos navegando hacia el sur de la isla por el canal interior. Unas nueve millas hay desde la parte norte al punto más al sur. Hay algunas casas justo a pie de playa con unas vistas magníficas. En un día claro se ve perfectamente la isla de Raiatea, Tahaa e incluso los dos picos de Bora Bora. El azul de la gran barrera de arrecife es espectacular... También hay un resort de cabañitas por el camino.

 

Anclamos en la Baie d’Avea, uno de los puntos más populares de esta asolada isla. El tenedero es muy bueno, arena a 11 metros, perfecto para pasar los próximos días que anuncian ventoleras de más de 25 nudos. Julio y agosto son los meses más ventosos del año y son habituales estos maramus que llegan del sur y traen vientos de entre 25 y 35 nudos. Lo importante es buscar un lugar protegido y esperar que pasen, suelen durar 2 ó 3 días. En la temporada de de noviembre a abril el calor es más intenso, llueve más y es menos ventoso, aunque puede ser afectada por una depresión tropical o hasta un huracán en el peor de los casos.

 

Una playa kilométrica de arena blanca es lo que necesitamos para poder dar largos paseos hacia un lado y otro y estirar las piernas. Las cabañas del resort Relais Mahana interrumpen la playa desértica. Una caminata de tres o cuatro kilómetros nos lleva hasta el pequeño pueblo de Parea.

 

En Avea coincidimos con Robin, un canadiense solitario a bordo del Katydid, con quien ya nos habíamos encontrado otras veces. La potabilizadora hace unos días que ha dejado de funcionar. Antes no teníamos y no pasaba nada, pero es lo que pasa, que te acostumbras a algo y la verdad es que va genial… Por suerte nos queda agua que traíamos de reserva desde Panamá. Aquí no sale barata, más de 3$ el galón y nosotros bebemos mucha. Tenemos la gran suerte que Robin, que es mecánico de profesión, da con la pequeña avería que para nosotros hubiera sido prácticamente imposible de descubrir. Lo cierto es que nuestra watermaker da un agua inmejorable, tiene un gusto buenísimo.

 

Regresamos de nuevo al fondeadero del pueblo, en el norte. Allí encontramos a los amigos de La Luz, a Robin del Katydid y conocemos a los del Merilelu. Encuentro en el Caps. Pica pica que se va alargando y exige improvisar una cena para todos. Preparamos tortillas de patatas y ensaladas. A veces lo improvisado sale mejor y lo pasamos genial con un grupo bien variado: un americano, un canadiense, una panameña, un finlandés, una holandesa...

 

Para conocer el interior de la isla alquilamos un coche con Douglas, Zuleyka y Robin. Aquí son más baratos, 66$ el día frente a los 90 o 100$ que te piden en otros lados. Madrugamos y recorremos Huahine Nui y Huahine Iti, unidas por un puente. Esta isla nos ha encantado y es de las más auténticas. Es pequeña y después del mediodía ya la hemos visto entera. Entre los lugares destacados está el marae de Maeva y las legendarias anguilas sagradas en Faie. Estas criaturas tienen los ojos azules y una gran dimensión. Una pequeña tienda vende pescado en lata y una niña local nos anima a ir a comprar y nos divertimos alimentándolas. La mitología polinesia da un lugar predominante al símbolo de las anguilas como un regalo divino y la promesa de una vida de abundancia.

 

A la tarde acudimos a la happy hour en el bar cercano al dinghy dock. Una jarra de cerveza de litro por 7,5$ se ha hecho popular entre los cruceristas y todos acudimos a la misma hora. Se crea mucho ambiente y conoces a mucha gente. Luego varios seguimos a comer una rica pizza en una de las roulottes que se instala a la noche en la calle. Para terminar la agitada jornada los suecos del Birka nos invitan a una ron party en su velerito de 28 pies. Como yo siempre digo: la casa es grande cuando el corazón es grande, lo demás son solo excusas. Allí nos juntamos diez, de nacionalidades bien variadas, hoy incluso una pareja jovencita de franceses –que no se suelen mezclar con los anglófonos- se han unido.

 

Una vez cruzamos el canal cómo ha variado el perfil de los transmundistas. Se ve muchísima gente joven, muy joven. Muchos no llegan a los 30, con un barquito pequeñito pequeñito donde muchos pensarían que no está preparado para cruzar varios océanos pero aquí están. El alemán solitario del Emma ha llegado desde el viejo continente con su 21 pies. No hace falta tanto para dejarlo todo y partir. Solo decisión, ganas y voluntad.

 

 

 

 

 

 

Raiatea y Tahaa

14 de agosto de 2012

 

Abandonamos la primera de las Islas de Sotavento o Iles du Sur Vent que junto a RaiteaTahaaBora Bora, Maupiti y las más desconocidas BellinghausenManue y Mopelia forman esta división administrativa.

 

Raitaea y Tahaa están una al lado de otra, ambas rodeadas por un mismo arrecife que permite circunnavegar las dos islas dentro del paso excepto por una corta pierna en el lado oeste de Raiatea.

 

Entramos por el Passe Iriru , al este de Raiatea y nos dirigimos junto con La Luz –con quienes hemos navegado desde Huahine- directamente a Tahaa donde allí están los Bamboleiros. La bahía de Apu es muy profunda pero hay boyas, así que nos atamos a una sin saber muy bien cómo funcionan. Cuando bajamos a tierra preguntamos y nos informan de que pertenecen a una granja de perlas y son para los clientes que van a visitarlas. Así que deberemos marcharnos al día siguiente. Tampoco hay lugares para bajar a la orilla, todo es privado y aunque la gente es amable y te permite cruzar su propiedad, no es plan. Aún así recorremos los alrededores por tierra; hay una boulangerie y una tiendita de souvenirs donde venden creps y  helados. A la noche Cris prepara unas ricas pizzas.

 

Temprano por la mañana los tres barcos abandonamos la bahía y nos dirigimos al oeste de Raitaea. Los veleros usan Raiatea como lugar donde dejar sus barcos en la temporada de ciclones que comparten varadero o pantalán con otros barcos locales que descansan todo el año o con la flota de charter que tiene su punto aquí por su cercanía con Bora Bora, Tahaa y Huahine; ninguna a más de veinte millas de distancia, convirtiéndose en una zona de fácil navegación. También es una de las paradas principales para reparaciones junto a Tahiti: averías de piloto automático, potabilizadoras, molinete del ancla o velas son las más usuales.

 

En Uturaerae hay una marina donde caben 20 barcos y un varadero. Dentro de las instalaciones una pequeña tienda náutica, una velería y otros servicios para reparaciones de los yates. El barco estrella que descansa en este carenage es el del famoso Moitissier.

 

En algunos puntos la profundidad baja hasta 8 ó 10 metros y se puede fondear pero optamos por cogernos a una boya. Estas pertenecen a la marina y cuestan 15$ por día. Como no nos vienen a cobrar, pasamos tres días y no pagamos nada. Es viernes y nos avisan de que deberíamos haber pasado por la oficina pero que ya está cerrada; que si nos quedamos hasta el lunes pasemos a pagar... Por supuesto nos vamos el domingo, picaresca española...

 

Caminando 15 minutos o también con el dinghy se llega a la Marina Apooiti, solo destinada a barcos de charter de las compañía The Moorings y Tahiti Yacht Charter. Paseamos por sus dos pantalanes y no hay huecos vacíos, esto significa que no alquilan sus barcos. La crisis...

 

A 5 Km. está el pueblo al que se puede ir con un dinghy con un buen motor, asegurándose llevar suficiente gasolina, o también con una buena caminata de una hora. En el camino hay otra pequeña marina, mayoritariamente con barcos de charter y el aeropuerto.

 

El pueblo de Uturoa es pintoresco. Se encuentra enfrente del mar y tiene un mercado curioso de frutas y verduras en la planta de abajo y artesanías en el primer piso. Hay muchas tiendas y un Champion donde se encuentra de todo con precios similares al Carrefour. Es la segunda ciudad más importante después de Papeete. Unos metros más allá está la tienda de Nautisport donde pudimos reemplazar el cabo del enrollador que se nos había partido, las defensas que nos robaron en Rangiroa y el bichero que se partió cuando nos cogíamos a una boya. Justo enfrente hay un muelle enorme donde los veleros pueden amarrarse de forma gratuita para abastecerse de comida o diesel y pasar allí un par o tres de días.

 

En Raiatea coincidimos varios barcos amigos: Bamboleiro, La Luz, Lisa Kay, Sea wings... y nos juntamos en el barco de Lisa y Larry por ser el más grande. Bamboleiro ha decidido proseguir su viaje hacia Hawai así que nos despedimos de ellos con mucha tristeza. Se conoce mucha gente constantemente pero ellos han sido unos amigos especiales a los que hemos ido cogiendo cada vez más cariño y nos da mucha pena no continuar con la misma ruta. Pero seguro nos volveremos a ver algún día, somewhere...

 

Conocemos a una simpática gallega embarcada en el catamarán canadiense Segue. Deseosa de poder hablar español nos viene a saludar cuando los chicos del Moonwalker le hablan de nosotros. La verdad es que es un descanso poder hablar con otra gente en la lengua de uno. En los últimos días también hemos coincidido con un catamarán de 58 pies de matrícula de Barcelona que se llama Unama. Parece ser que son de cinco socios y tienen capitán y azafata a abordo. Las dos veces que lo hemos visto iba repleto de gente y apenas hemos hablado. 

 

Aunque hay varios amigos en este fondeadero y las fiestas continúan queremos seguir conociendo otros lugares y cruzamos de nuevo a Tahaa. Vamos primero al este, la bahía de Haamene, conocida como un hurricane hole, por estar metida cuatro millas adentro y quedar totalmente protegida de la ola de cualquier dirección. Fondeamos a 8 metros de profundidad. No hay muchos barcos. No es feo pero tampoco espectacular y el agua es verde. Hay un pueblito con una tienda y una ferretería, un mercadito y una tienda de artesanía. Tahaa es llamada también la isla de Vainilla por el gran número de plantaciones y aquí se puede comprar;  por cierto, no es barata.

 

Navegar dentro del lago es fácil porque está perfectamente marcado. Siempre hay que navegar entre las 9 y las 4 de la tarde para tener además buena visibilidad. Damos la vuelta a la isla por el norte para llegar al lado oeste. La parte norte es bonita porque está llena de motus “ pequeñas islas” rodeadas por un agua espectacular, que recuerdan a las Tuamotu.

 

Fondeamos a 6 metros en una zona donde al agua presenta tres líneas de colores bien diferenciados ya que la profundidad cambia súbitamente de menos de medio metro a unos cinco seis metros hasta bajar en picado a 20 ó 30. Hay que fondear justo en la línea intermedia, sin mucho espacio, pero suficiente.  Un lujoso resort con las cabañitas en el mar dibuja la típica foto y varios motus componen un paisaje hermoso.  En mitad de dos de las pequeñas islas hay un canal estrecho llamado Coral Garden  por su variada y rica vida submarina. Hay que ir a pie por la isla hasta llegar a un punto para luego poder descender por el canal con una fuerte corriente. Como no hace falta ni nadar, la corriente te arrastra, uno se siente como un pez entre cientos, miles... de pececitos que se acercan buscando comida. Están acostumbrados a que todo el mundo lleve pan. Es algo espectacular. Solo hay como mucho un metro y medio de profundidad y hay que tener cuidado con los cientos de erizos que hay en el fondo cuando uno se detiene para fotografiar y alimentar a los peces.

Conocemos a un grupo de franceses que están en un catamarán con quienes compartimos el descenso del Coral Garden. Qué pasada de gente... Los franceses no tienen muy buena fama entre otras nacionalidades de cruceristas y todo el mundo comenta que son bastante chovinistas. Pues estas dos familias eran realmente una pasada. Hablamos con ellos en cuatro idiomas en un solo rato: inglés, francés, italiano y español... esto sí es un acto comunicativo. Cada uno hablaba lo que sabía, la cuestión es entenderse.

 

Nos gustó mucho el Coral Garden y queremos quedarnos otro día más pero al motor le cuesta demasiado arrancar. Ya hacía un tiempo que había que calentarlo más de la cuenta pero hasta ahora íbamos tirando. Jose pone las baterías en paralelo y arranca a la primera. Es la batería de arranque, no hay otra. No queremos seguir ganando millas al oeste con la batería en mal estado, así que cambiamos de planes y navegamos de nuevo hasta las boyas en Raiatea donde estuvimos hace dos días. Vamos al pueblo con el dinghy y compramos una nueva batería. Matamos dos pájaros de un tiro y volvemos a ver a Mercedes que además de cargarnos la botella de buceo nos prepara un gazpacho con una paellita. Y Olé... También encontramos a Luiggi, un italiano que conocíamos de Panamá que cruzó el Pacífico con una motora con un montón de bidones de gasoil en cubierta. Varios decían que estaba loco. Pero aquí está, también.

 

  

Bora Bora

21 de agosto de 2012

 

Llegamos a la que es denominada la isla más bonita de la Tierra, Bora Bora. No será para tanto. Hemos estado en lugares mucho más bellos. Son tantas las expectativas de conocerla que la mayoría de barcos nos sentimos un poco decepcionados. Bonita sí es, y tiene lugares espectaculares, pero está demasiado explotada.

 

Hay una sola entrada al lagoon al oeste, el Passe Teavanui, que enfila directamente al pueblo principal, Vatape. La gran isla queda exactamente en medio del lago que rodea toda la isla, quedando protegido del mar por los arrecifes en el oeste y al sur y por pequeños motus al norte y al este.

 

Fondeamos el primer día a sotavento de la islita Toopua. Al pasar el canal de entrada hay que desviarse a la derecha y seguir una línea de balizas que indican claramente el camino. Solo 5 metros de profundidad y tiramos el ancla. Hay arrecifes a la derecha para hacer un poco de snorkel y lo peor son las lanchas que pasan constantemente con turistas a todas horas provocando un violento movimiento que altera la tranquilidad que buscamos. Por este motivo no pasamos más de una noche, no sin antes acercarnos a ver las cabañitas del Hotel Hilton, que parecen ser las más lujosas. Las dos de más al sur son unos dúplex con sofás casi a pie de agua para sentarse a ver la puesta de sol. No quiero imaginar ni cuánto puede llegar a costar ese pedacito de suelo suspendido en el agua...

 

La parte más espectacular en cuanto a color del agua es la del este. Así que allí nos dirigimos. El aeropuerto queda en uno de los motus del norte. No tenemos muy clara la entrada y vamos un poco justo porque solo hay 8 pies y nuestro barco cala 7 pero vamos a intentarlo.  Los motus rodeados por un agua tan turquesa son una delicia para la vista pero un resort tras otro estropean de alguna manera un paraje tan hermoso. Llegamos a la parte donde hay menos profundidad. Una baliza indica por donde pasar pero al acercarnos vemos cabezas de corales muy cercanas unas a otras, el pasaje es estrecho porque en los alrededores enseguida el agua baja a un metro y medio. Demasiado poco para nosotros y un espacio muy reducido en caso de tener que maniobrar rápidamente. Damos varias vueltas afuera decidiendo si entramos o no pero los dos determinamos que no queremos poner el barco en riesgo y al no verlo claro nos damos la vuelta. La mayoría de barcos que hay dentro son catamaranes, de menor eslora o con quilla abatible. Después charlando con otros nos dicen que podríamos haber entrado, pero... cuando uno no está seguro es mejor dejarse llevar por su instinto.

 

Media vuelta, a deshacer camino. Regresamos al oeste de la isla, pasamos por el Bora Bora Yacht Club y echamos un vistazo. Hay mucha profundidad por lo que todos los barcos toman una boya que cuesta 20$ el primer día y 15$ los siguientes. Está bien protegido pero queda lejos del pueblo por lo que proseguimos hasta Marina Mai Kai, un poco más al sur. Aquí las boyas son un poco más baratas 20$ la primera noche y las siguientes 10$. Para los que quieran quedarse a cenar al restaurante la boya es gratis por ese día, al igual que en el Bora Bora YC. El restaurante de Mai Kai es muy coqueto; el plato más económico,  hamburguesa, sale  18$ y el resto, unos 30$.  Algunos barcos fondean en un área cerca de tierra a 25 metros de profundidad.  La gasolinera está justo en frente y tiene un dique para abarloarse con el barco o siempre pueden hacerse viajes con el dinghy con los jerry cans. Mai Kai está equipado con un dinghy dock, servicio de agua por 0’03$/litro, duchas y el centro de buceo Top Dive. Todo el personal es superamable y lo mejor son los happy hours de 16:30 a 117:30h que repetimos casi todos los días aprovechando que dos cervezas salen por 4’5$. Suele pasar que no queremos poner fin al happy hour y lo alargamos en algún barco. En el Caps tenemos una buena pieza de carne neocelandesa al vacío y los amigos de La Luz y los jóvenes suecos del Birka aportan un montón de cervezas que siguen alegrando la noche.

 

Esto no es excusa para no madrugar, a las ocho en punto debemos estar listos en el dinghy dock porque vamos a subir a la mítica montaña de Bora Bora, Otenamu. Douglas, Zule, Gerrit y Anne-Mieke (los holandeses del Fruit de Mer) y Ferran, un turista catalán que conocimos por casualidad, se suman a la excursión. Volvemos a encontrarnos a un perro con el que estuvimos el día anterior que bautizamos como Bori. Este nos hará de guía todo el camino, subirá más ágil y rápido que el resto de nosotros y se comerá uno de los bocadillos de salchichón que llevamos, otro de hamburguesa y compartiremos el agua con este can tan inteligente y obediente. El ascenso al tope no es fácil, hay que ir con cuidado de no resbalar, siempre buscando las múltiples raíces o rocas que sirven de agarradero en las partes más dificultosas. En algunos tramos encontramos cuerdas que ayudan en partes más empinadas y lo peor, el tramo final, que fue el más peligroso y realmente difícil. Por suerte, yo decidí que no subía hasta el tope, hacía mucho calor y las vistas ya eran magníficas; desconocedora de las condiciones del último tramo, todos contaban a la bajada lo complicado que había sido y algunos pasaron miedo. En el descenso no hay que confiarse porque es muy resbaladizo y algunos tramos toca a hacerlos arrastrando el culo en el suelo. Las mejores vistas de Bora Bora son las aéreas. Desde lo alto nos hacemos una buena idea que lo que se vería desde un avión.

 

Estamos algo doloridos del esfuerzo de ayer. Eso no nos impide alquilar unas bicicletas para ir a dar la vuelta a la isla. Treinta y dos kilómetros que hacemos en cinco horas con paradas para apreciar los lugares, baño en la más bonita de las playas –Matira- y preparamos unos sándwiches al más estilo campero. Intentamos encontrar el imperdible lugar para bucear con enormes rayas pero no lo encontramos. Parece que no se puede acceder desde tierra y hay que cruzar a los motus con una lanchita, los locales tampoco parecen tener muy claro el punto exacto y no nos saben indicar. Por supuesto paramos en el  famoso restaurante Bloody Marys, por el que han pasado todos los famosos. En unos paneles en la entrada figuran los nombres de todas las celebridades: Charlon Heston, Harrison Ford, Julio Iglesias... entre cientos de más. Es domingo y está cerrado pero el salón es un espacio abierto sin puertas y podemos visitarlo. En frente hay cuatro boyas que pueden tomar los que quieran cenar en el caro y exclusivo comedor o al menos tomar algo. Íbamos a hacerlo pero consideramos que ya está visto.

 

El pueblo de Viatape está a unos 20 minutos andando desde Mai Kai. Dos grandes supermercados el Super U y el Chin Ming tienen de todo. El pueblo lo imaginábamos más lujoso pero es bien sencillo con algunas galerías con caros y exclusivos recuerdos. Hay una tienda náutica que tiene bastante cosita y más allá está la Gendarmerie donde todos hacemos la salida ya que es el último puerto de la Polinesia Francesa.


En el deambular de la calle principal se ven muchas parejitas jóvenes que vienen de luna de miel. No conseguimos ver ningún famoso. Hay bastante población de piel clara aquí, debe ser porque en la Segunda Guerra Mundial fue una base naval americana y dejaron  muchos descendientes.

 

La isla tiene 9.000 habitantes. Una simpática taxista que nos recogió en el camino nos contaba que ha habido un descenso del 35% del turismo. Creemos que inclusive podría ser más. Los resorts se ven vacíos y por ser agosto no se ven tantos visitantes.  

 

Esto es todo en Bora Bora. 

 

 

 Ma

29 de agosto de 2012

 upiti

Maupiti queda a 26 millas de Bora Bora y dicen que es el paraíso por descubrir. Es la isla más inexplotada. No hay resorts ni hoteles, solo pequeñas pensiones donde pocos turistas llegan. Muchos barcos también la pasan de largo pero para nosotros es una de nuestras preferidas.

 

Navegan a poca distancia nuestra Saltbreaker y Gypsy Blues. Los hermanos Kleemans van por delante y lanzan un securité por la radio advirtiendo la posición donde han divisado una ballena durmiendo. Acentuamos la vigilancia y la pasamos con la precavida distancia, no vemos una sola si no que llegamos a contemplar hasta cuatro en el camino.

 

El paso de Maupiti es sin duda el más difícil de las Societé. Es estrecho y se encuentra al sur. Bajos arrecifes quedan a estribor de la entrada y cuando el mar está bravo con vientos del sur se hace innavegable. Fuertes corrientes de salida se crean cuando entran grandes masas de agua, hasta de 8 nudos. Es conocido que algunos barcos entran en Maupiti y quedan atrapados a veces por dos semanas hasta que las condiciones meteorológicas mejoran. Hay que dejar Bora Bora con un buen pronóstico y preferiblemente vientos del este. Entramos sin problemas y nos resulta más sencillo de lo que temíamos. Está bien balizado con una alineación y señales a los laterales pero es estrecho y hace falta motor para combatir la corriente.

 

Dejando las marcas de entrada, queda un hermoso fondeadero a babor, detrás del Motu Pitihahei, bien protegido y con buen fondo de arena a 6-8 metros de profundidad. Hay varios barcos conocidos que han llegado en estos días anteriores y como ya venimos diciendo, mucha gente joven. Estos viajan con barcos pequeños y con un presupuesto ajustado pero con menos de 30 años están dando la vuelta al mundo. Connor, el californiano del Ardea, tiene tan solo 25; Nick y Alex del Saltbreaker tienen 27 y 29; los suecos Christine y Henryk del Birka de 30 y 32; cinco amigos canadienses de 30 a 35 navegan en el catamarán Ruby Soho.

 

El Gypsy Blues pasa por los barcos convocando una barbacoa en la playa para el día siguiente. Todos acudimos. Primero juegos en la playa: campeonato de petanca con cocos, carrera de ermitaños y  algunos prueban con el kite surf. Llevamos algo para compartir como se hace en estas ocasiones y después barbacoa que queda en una bonita hoguera donde nos apilamos a su alrededor con el son de guitarras locales. Lo más divertido: intercambiamos trabalenguas en español, inglés y sueco. Imposible de pronunciar los de las otras lenguas. Regresamos con los dinghys pasada la una de la mañana que para aquí viene a ser muy tarde. La fiesta empezó a las 5, así que algunos ya andan un poco borrachines.

 

En Maupiti no hay Gendarmerie ni inmigración así que todos los barcos llegamos aquí en situación de ilegales habiendo hecho todos los papeles de salida en Bora Bora. Como en teoría ya estamos fuera de Societé abrimos las bolsas de alcohol que tenemos precintadas. Casi todos han terminado el alcohol o están en las últimas y nosotros aún estamos muy bien surtidos y organizamos una ron party en el Caps. Dieciséis personas a bordo en la bañera, creo que es nuestro record.

 

El inglés cada vez se hace más necesario. Antes parecía bastar con tener un nivel medio pero ya no es suficiente. Las nacionalidades que más abundan son americanos, canadienses, australianos, neocelandeses y los del norte de Europa (que lo hablan perfectamente). Entre el grupo de americanos y canadienses es difícil entrar si no hablas un inglés perfecto y siempre es uno el que tiene que hacer el esfuerzo de adentrarse en el grupo. A veces es cansador porque ellos te hablan como si fueras de Boston o Vancouver y no hacen el esfuerzo de pronunciar claro y despacio, usan slang y frases hechas y si no entiendes it’s your problem... Así es, en algunos momentos nos podemos cansar o dar ganas de decirles fuck you with your fucking language pero al fin y al cabo es un aprendizaje extraordinario para nosotros y algún día, pronto, hablaremos igual de bien que ellos.

 

Cerca del fondeadero hay unas boyas para atar el dinghy donde se pueden ver unas mantas  gigantes en la zona. Lo intentamos un día y no hay suerte pero al día siguiente nos vienen a avisar de que las acaban de ver y nos lanzamos al agua rápidamente. La visibilidad no es la mejor pero aún así conseguimos ver cuatro mantas rayas de tres o cuatro metros de tamaño. La verdad es que es algo impresionante, nos lo habían contado pero siempre piensas que la gente exagera un poco.

 

Al día siguiente movemos el barco enfrente del pueblo, yendo por un canal señalizado con arrecifes a ambos lados. Necesitamos hacer algunas compras y tener internet a bordo (funciona la compañía Hot Spot). Vinimos un día con el dinghy pero resultará más cómodo estar en frente. El anclaje es a 5 metros de profundidad y hay que evitar algunos pequeños arrecifes en mitad del área de fondeo.

 

El pueblo de Vaiea es supertranquilo y especial. Toda la isla tiene alrededor de 1.200 habitantes. En 1997 fue completamente devastado por un huracán. Nos recuerda bastante a la onda de Marquesas. Casitas a un lado y otro de la única carretera que da la vuelta completa. Hay una cosa curiosa en toda la Polinesia y es que la gente entierra a su familia en el patio de la misma casa en la parte de enfrente, así que lo primero que ves en los jardines son las tumbas. Las entradas de las casas siempre las decoran con pequeños altares con flores y almohadones de colores.

 

Hay cuatro pequeñitos magasin que tienen poca cosa, latas y algo de carne y pollo congelado; Chez Manu vende lechugas, tomates, berenjenas, pepinos y pimientos; hay una boulangerie y una pequeña gasolinera para comprar fuel en pocas cantidades. Algunas casas venden algo de fruta o atún en paraditas que montan al pie de la carretera. Las sandías es un producto local y resultan deliciosas. 

 

Se dice que no has estado en esta remota isla hasta que compras un penu tara rua, una piedra esculpida con dos cuernos que es el símbolo de la isla.  Varias  casas  venden artesanías y una tiene las piedras de Maupiti a 50$. No nos queda mucho cash y le proponemos intercambio. Nos pregunta si tenemos gafas y tubo de bucear y al día siguiente aparecemos con un equipo completo de snorkel con aletas que tenemos extra; también le llevamos algún pintauñas, chancletas y ropita de niño. A parte de la piedra nos obsequian con un móvil precioso con conchas de aquí y nos regalan pescado. Qué gente más amable...

 

Hacia tiempo que no comíamos pescado, la pesca anda mal en este último periodo. No sé qué pasa pero el resto de barcos con los que hablamos, todos, andan en la misma; nadie consiguió coger nada durante las travesías. El pescado dentro de los lagos, desistimos comerlo, ya que conocimos a varios que agarraron la ciguatera y puede ser bastante desagradable. Hay personas que se ponen muy enfermas y los síntomas incluso se siguen arrastrando después de un año. 

 

Con cada persona que pasa te saludas: ia o rana, por aquí y ia o rana por allá. Jose se ríe porque ya me sale el saludo clavado a la entonación que dan ellos, de tanto decirlo... pero le causa gracia. La mejor manera de entenderse es imitar a los lugareños. El francés va saliendo cada día un poquito mejor, es una pena que ya dejemos la parte francesa.

 

No nos perdimos la subida a la montaña en Bora Bora, tampoco vamos a perdernos la del monte Tiriano, donde las vistas desde lo alto son una auténtica maravilla; se puede apreciar perfectamente el contraste de la infinidad de diversos tonos azules.  Qué claros se ven la cantidad de arrecifes que hay en el lago que lo hacen innavegable para los veleros. La subida resultó más sencilla que en la isla anterior aunque también encontramos tramos donde había que subir con cuerdas.

 

Los motus tienen unas playas impresionantes de arena blanca y bueno, lo típico, palmeras. Pero uno nunca se cansa de ver estas paradisíacas playas sin bañistas, casi para uno solo. Enfrente de cada uno de los dos fondeaderos hay motus con estas playas kilométricas que pueden caminarse una y otra vez.

 

Para dar la vuelta a la isla pueden alquilarse bicicletas. Ya estamos agotando los últimos francos y preferimos ahorrarnos los 20$ que cuestan las vélos para los dos y hacemos el tour a pie. No es muy grande y en menos de dos horas se puede recorrer, aunque con las paradas, la gente que te vas encontrando, comer algo en el snack de la playa... nos llevó bastante más.

 

Nos ha gustado tanto que volvemos a darle la vuelta pero esta vez en sentido contrario. Nuestro objetivo es ir a la Playa de Terei'a, en el oeste, donde ya paramos el otro día, pero que esta vez requiere toda la mañana solo para ella. Los colores del mar en este punto son alucinógenos, guauuuuu, qué pasada. Se puede cruzar al motu de enfrente caminando más de medio kilómetro por el agua que te llega hasta la cintura o un poco más. Es indescriptible, de los rincones más hermosos que hemos topado hasta el momento. Si esto se puede superar, lo que venga no me imagino cómo puede llegar a ser. Caminamos por la orilla del motu del otro lado y a la vuelta hay que combatir el viento y la ola, por lo que requiere más esfuerzo. Se ha hecho el mediodía y nos quedamos a picar algo en el snack. 

 

No sé si ya habíamos comentado, creo que no, que a parte de las guías que ya mencionamos generales de la Polinesia Francesa hay dos guías complementarias para las Sociedad que circulan en formato PDF: una es una recopilación de información de varios barcos Societes Compendium con infos de interés y la otra es una guía de la cadena de charter The Moorings para las islas del oeste A cruising guide to the Leeward Island of Tahiti in French Polinesia.

 

Nuestros días en la Polinesia Francesa van llegando a su fin para poner destino a Tonga. Nos quedará por visitar Mopelia, un atolón precioso a 100 millas al oeste. En la próxima vuelta, como dice Jose. Todo no se puede ver. Llevamos un par de días de mal tiempo y nos ha alargado la estancia en Maupiti, las condiciones ahora no están buenas para salir, así que lo tendremos que esquivar.

 

La Polinesia es un conjunto de islas en las que vale la pena perderse por un largo tiempo. Si empezáramos de nuevo seguramente lo haríamos diferente y pasaríamos dos temporadas. Los europeos podemos estar dos años, por lo que empezaríamos por Gambier y pasaríamos la temporada de huracanes en Marquesas para después seguir con las Tuamotu del oeste y Sociedad un poco más despacio. Aún así no nos podemos quejar, hemos estado al menos una semana en cada isla y a veces más.

 

Maroru (gracias) a todos los polinesios por hacer de nuestra estancia algo inolvidable.