5 de abril de 2010
Nuestro paso por esta isla ha sido diferente, sin duda, al de todas las demás.
St. Eustatius, conocida por todos como Statia es una pequeña isla situada a 30 millas de St. Martin. Pertenece a las Antillas Holandesas y se habla inglés y holandés. ¿Qué hay en Statia? Nada. Bueno, prácticamente nada.
En ella viven 3000 habitantes, dos de ellos son George y Shelley, una entrañable pareja que hemos conocido por medio de las conexiones con el Pactor. George ha montado su propia estación a la que nos conectamos asiduamente por su buen funcionamiento y rápida operación. Dos ingenieros estadounidenses que cambiaron el modo de vida americano por un tranquilo y apacible ritmo de vida en este lugar desconocido por la mayoría. George y Shelley navegaban con su velero cuando se toparon con este trocito de tierra donde se sintieron a gusto y decidieron quedarse. Tienen una granja con treinta y cinco cabras, dos vacas, un toro y gallinas. Cultivan piñas, tomates, berenjenas, frutas de la pasión, espinacas… Hacen el pan todas las semanas, preparan deliciosos helados, yogures y zumos con sus recién recogidas frutas. Poco tienen que ir al supermercado. Y ellos y sus animales viven con el agua que recogen de la lluvia, cosa muy habitual en este lugar. Se levantan cada día a las 4 para iniciar sus tareas en la granja.
Una vez fondeados nos dirigimos al pequeño, o casi inexistente, puerto donde George y Shelley nos esperan. Recibimos la invitación de cenar en un acogedor restaurante de una pareja de alemanes donde tienen pescado fresco; una hermosa terraza con vistas a la bahía nos sorprenden. A la mañana siguiente George nos viene a recoger, hacemos la entrada, pagamos 15 $ por estar tres días, y nos da un paseo por toda la isla. Después nos lleva a su casa y nos enseñan su granja y la antena de la estación que ha montado.
Nos refrescamos a pleno mediodía con un exquisito zumo de frutas de la pasión que ellos mismos han preparado. ¡Qué delicia! “Os esperamos a las 5 pm para cenar, George va a preparar pizza”. A la tarde estamos de regreso, nos presentamos con vinito de Rioja para acompañar la exquisita pizza. Se nota que George tiene mucha mano con la cocina. Una excelente velada en su preciosa casa con unas vistas de ensueño. ¡Qué paz se respira! El postre, no podía ser menos, helado casero de frutas de la pasión y mango. Dios, qué bueno estaba… No paramos de charlar y compartir muchas cosas que no dejan de sorprendernos. George ha estado navegando en el Pacífico y somos todo oídos para recoger experiencias. También, contentos de poner a full en práctica nuestro inglés, que, aunque siempre se puede mejorar, nos permite comunicarnos fluidamente; y nuestro oído después de un rato se va acostumbrando a un acento bastante cerrado, producto de la mezcla del paso por los estados de Texas, California, Virginia…
Nos recomiendan la visita al volcán para el día siguiente, así que nos calzamos para la ocasión y George nos recoge una vez más en el puerto y nos acerca al punto de partida de la excursión. Nos presta un móvil “por si necesitáis alguna cosa”. Entre cuarto y cinco horas nos lleva la subida y bajada al cráter. Estamos felices y satisfechos de no habernos perdido la visita al volcán, ya que el lugar es maravilloso y nos adentramos dentro del cráter, con un paisaje plenamente selvático. ¡Qué gozada!
No queremos agotar a George con sus traslados en el coche y bajamos caminando hasta el mar, recorriendo, ahora a pie, el centro. Mezcla de habitantes oriundos de la isla, algunos que como nuestros amigos provienen de Canadá, Alemania, Holanda… buscando algo diferente y un alto porcentaje de inmigración de la República Dominicana.
Si bien, han tenido velero, Shelley no logra acostumbrarse al movimiento del barco hasta después de unos días y se disculpa por no poder aceptar la invitación de venir a nuestro casa; George sí viene a conocer nuestra guarida y a darle un vistazo al Pactor, ya que él es todo un experto. Encontramos una solución: preparamos toda la cena y la llevamos a su casa. Nosotros también queremos agasajarlos. “De postre tenemos helado”. De nuevo ese helado tan maravilloso; todos los días, podríamos comerlo, no nos cansaríamos…
Es curioso cómo han ido a parar allí; nos encanta estar ahí también; no hay turistas, apenas hay seis o siete barcos fondeados, casi todos holandeses que se sentirán atraídos por conocer una isla que pertenece a su país; no hay negocios… Eso sí, dato curioso, 22 restaurantes para 3000 habitantes. Georges nos cuenta que la gente aquí no tiene mucha costumbre de ir a comer fuera sino que se llevan la comida hecha a casa. Es auténtico, tranquilo y no deja de ser extraño. Allí están muy aislados, solo hay comunicación con la isla de St. Martin a través de cuatro avioncitos diarios que aterrizan en la isla con una capacidad máxima de 18 pasajeros; con el resto de islas no sale rentable -por la escasez de habitantes- poner en marcha un medio de locomoción. Nos gustaría podernos quedar más días allí, pero ya nos han hecho la salida y hemos quedado con el Bahía en Antigua, así que hay que proseguir.
Nos despedimos de nuestros nuevos amigos que no descartan una visita a Barcelona en un futuro. Se han deshecho en atenciones. “Nos mantendremos en contacto”.
Nos vamos satisfechos y sintiéndonos algo diferentes después de haber estado en Statia. No es un lugar como otros. Las experiencias de George y Shelley tampoco son con las que uno se topa todos los días.